martes, 11 de diciembre de 2012

Carlomagno


Los merovingios, dinastía de reyes francos establecida en la Galia, administraron su reino a través de un funcionario que ha sido denominado mayordomo de palacio, cargo que equivalía al de ministro real. El más destacado de ellos fue Carlos Martel, quien el año 732 detuvo el avance de los árabes en la batalla de Poitiers. Este encuentro bélico tuvo grandes proyecciones, por cuanto se impidió que los musulmanes expandieran su guerra santa hacia el resto de Europa. Carlos Martel inició así el predominio de la familia de los carolingios.
Con el consentimiento papal, Pipino el breve, hijo de Carlos Martel, derrocó a la dinastía merovingia (751). Pipino fue un gran aliado del papado y lo apoyó ante la amenaza del pueblo germano de los lombardos, que el 569 habían formado un reino en el norte de Italia, a quienes logró derrotar para luego entregar esos territorios de la Iglesia. Esta donación se transformó en la base del dominio temporal de los papas durante la Edad Media.
A la muerte de Pipino, el reino franco fue dividido entre sus dos hijos, Carlomán y Carlos. El primero falleció al poco tiempo, por lo que su hermano quedó como monarca único. Sus relaciones con la Iglesia siguieron la ruta trazada por su padre. El papado solicitó su ayuda ante una nueva amenaza lombarda y Carlomagno, como sería conocido, acudió en su ayuda, derrotándolos de manera definitiva. Esto le valió ser coronado como rey de ese pueblo el 774.
Su actividad militar lo llevó a establecer un imperio que abarcó desde el océano Atlántico hasta el río Elba. Pero no se trataba únicamente de una conquista militar. También era una conquista religiosa, puesto que tras sus tropas seguían los sacerdotes, que evangelizaban a los pueblos recién dominados.
Las tierras conquistadas fueron divididas en condados y marcas. Los primeros estaban a cargo de un conde, que administraba y ejercía justicia a nombre del rey, además de ser el comandante de las fuerzas militares. Las segundas, por lo general establecidas en zonas fronterizas, eran gobernadas por un marqués. Una suerte de inspectores, los missi dominici (enviados del señor) recorrían el imperio, supervigilando su funcionamiento e informando cualquier anomalía. La capital era Aquisgrán, ciudad que se transformó en un centro de expresiones culturales de primera importancia, que originaron la expresión renacimiento carolingio, utilizada para referirse a la fusión de la cultura clásica y la religión católica.
A la muerte de Carlomagno, su hijo Luis el piadoso trató de continuar su obra, pero las rebeliones de los nobles se lo impidieron. Sus tres hijos, Carlos, Lotario y Luis, lucharon entre ellos y en el tratado de Verdum (843) acordaron dividir el imperio en tres partes. Así comenzó el fraccionamiento del poder y del territorio, que caracterizó a gran parte de la Edad Media.

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